Ciudadano Galáctico – 14/06/2017

Soy inmortal y viajo a través del espacio y del tiempo. No pertenezco a la Primera Fundación ni tampoco a la Segunda, ambas diseñadas por Isaac Asimov; no utilizo La Máquina del Tiempo creada por H. G. Wells, ni soy un personaje ideado por el gran Julio Verne desplazándome al centro de la Tierra, bajo el mar o hacia la Luna; no formo parte de la película Matrix; no estoy hibernado en una cápsula que viaja en el interior de una nave sideral surcando el cosmos, ni soy un fantasma condenado a vagar eternamente por los rincones de un castillo escocés. Tan solo soy un ser humano, soy inmortal y viajo a través del espacio y del tiempo.

Desde que fui crío, observé el cielo nocturno estrellado y percibí que existía una conexión entre quien era yo entonces y aquellas luces titilantes que refulgían en la oscuridad; intuía que parte de mí esencia estaba allí, en el interior de las estrellas, y que la de ellas habitaba dentro de mí.

Todo vibra, gira y se desplaza en el universo, desde la más ínfima partícula hasta la estrella más extensa y rutilante que ose imaginar el ser humano. Y según fuentes oficiales actuales sucede desde hace alrededor de 13800 millones de años, cuando se originó el llamado Big Bang o Gran explosión.

Mi bagaje no es el de un científico o astrofísico, y tampoco me hace falta para intuir que yo estoy relacionado e interactúo con todo lo que perciben mis sentidos de un modo que se escapa al entendimiento de mi mente racional, pero no así a lo que interpreta mi corazón y más profundamente mi alma. El motor de mi pecho, que incesantemente bombea sangre al resto de mi cuerpo, y mi espíritu, que me conecta con otras dimensiones superiores, saben que todos somos Uno.

El maravilloso planeta que habitamos, la Tierra, no es una roca inerte, es un complejo organismo vivo y nosotros, los seres humanos, somos sus células.

¿Qué ocurre en un ser humano cuando precisamente sus células se contradicen y generan conflicto? Qué dan lugar a episodios violentos y como consecuencia aparece la enfermedad, la misma que azota a la increíble gran Bola Azulada vista desde el espacio y que nos acoge. Una Bola Azulada que comparte la misma proporción del líquido primigenio generador de vida, agua, con cada habitante de la Tierra.

Al día de hoy atravieso la edad humana de la cincuentena, soy un ancestral explorador y continúo viajando; el vehículo que utilizo es el cuerpo humano que actualmente se me ha asignado, y lo digo de esta manera porque todo lo que sucede obedece a un Plan Elevado guiado por una Inteligencia Superior que va más allá de la racionalidad humana.

© Antonio Arellano García

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